viernes, junio 24, 2005

Mi ciudad invisible y otros males

El ilustre José Saramago dijo algo así como "no hay ciudad invisible mejor que la propia infancia", y yo apelo a tal reflexión salvando ciertas distancias. Mi ciudad invisible está también a muchos años de distancia, sí, pero en ese borde mismo en que niñez y pubertad se funden, en el marco de un pueblo pequeñito, con casas bajas y un calor sofocante de verano que era menos en la noche, cuando las gentes sacaban sus sillas a la calle, dejaban las puertas de sus casas de par en par sin temor y, en lugar de sentarse para ser lobotomizados por la televisión, se dedicaban a charlar, a cambiar impresiones, a discutir, a conocerse mejor, a refrescarse y, sobre todo, a vivir. Nunca he vuelto a sentir aquella plenitud de felicidad, pero estoy seguro de que, en cualquier momento, volverá para quedarse.